Se suele considerar la adolescencia como “la edad del pavo”, “una edad difícil”, etc y efectivamente, resulta una convulsa época de cambios en la cual, una sana rebeldía es necesaria para la madurez. La rebeldía, es otra de los rasgos característicos de esta edad. Los jóvenes pueden rebelarse abiertamente, oponiéndose a lo que se les dice, contestando mal, desobedeciendo, o pueden ejercer una resistencia pasiva, dejando de estudiar, tumbándose en el sofá, no duchándose, encerrándose en la habitación o ensimismarse en su mundo interior. Esta segunda resulta mucho más irritante y más persistente, siendo más difícil dominarla. Cuando los jóvenes no se rebelan abiertamente, hacia los demás, pueden rebelarse hacia dentro, hacia ellos mismos, haciendo dieta, bebiendo, cometiendo imprudencias… Ninguna de estas manifestaciones es preocupante por sí misma y, habitualmente se equilibran. El problema viene cuando una de estas conductas se descontrola y absorbe la vida del joven, por ejemplo negándose a salir con amigos, o procurando pasar en casa el menor tiempo posible.
La rebeldía, les lleva a querer considerarse fuera del mundo de los adultos, necesitan construir una realidad paralela, y para ello emplean métodos de lo más diverso, desde vestir de una manera especial, hasta oír música todo el tiempo con auriculares, que no deja de ser una manera de “desconectar”. Se suele decir que la manera de que un joven haga lo que queremos, es decirle que haga todo lo contrario. Esto es cierto solo en parte, aunque parezca que no escuchan, que solo van a la suya, la verdad es que un discurso repetido una y otra vez acaban por asimilarlo, muchas veces en privado reconocen estar de acuerdo con sus padres, pero no quieren reconocerlo en público, de modo que nuestros sermones no caen del todo en saco roto, lo único que ocurren es que necesitan cuestionarlo todo y es bueno que así sea.
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